sábado, 18 de marzo de 2023

VIA CRUCIS

 VIA CRUCIS 2023

ACOMPAÑAR S JESUS EM LA CRUZ QUE NOS SALVO

INTRODUCCIÓN

[Canto]

V/. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.    R/. Amén. 
Hermanos en Cristo:

Fijemos nuestra mirada interior en Cristo, a quien nos uniremos ahora en esta oración del vía crucis e invoquémoslo con corazón ardiente, diciéndole: «Di a mi alma: "Yo soy tu victoria". Díselo de manera Seguir, creer, orar: éstos son los pasos sencillos y seguros que sostienen nuestro camino a lo largo del Camino de la Cruz y nos dejan entrever gradualmente el camino de la Verdad y de la Vida.


ORACIÓN INICIAL
(breve pausa de silencio)

Señor Jesús, tú nos invitas a seguirte 
también en esta hora extrema, tu hora.
En ti está cada uno de nosotros 
y nosotros, muchos, somos uno en ti.
En tu hora está la hora de la prueba 
de nuestra vida en sus más descarnados y duros recodos; es la hora de la pasión de tu Iglesia
y de la humanidad entera que viven en estos tiempos el flagelo de la pandemia

Es la hora de las tinieblas:  cuando «vacilan los cimientos de la tierra» (Is 24,18) y el hombre, «parte de tu creación», gime y sufre con ella;
cuando las multiformes máscaras de la mentira
se burlan de la verdad y los halagos del éxito sofocan la íntima llamada de la honestidad;
cuando el vacío de sentido y de valores 
anula la obra educativa y el desorden del corazón mancilla la ingenuidad de los pequeños y de los débiles; cuando el hombre pierde el camino 
que le orienta al Padre y no reconoce ya en ti 
el rostro hermoso de la propia humanidad. Es la hora de los miles de tus hijos que cayeron bajo de la cruz llamada Covid19, la hora de los que perdieron a sus seres queridos, su trabajo, sus fuerzas e intentarse, es la hora de los que como tu esta pandemia los ha despojado de sus vestiduras. Este es el vía crucis de fe y esperanza que ahora vamos a recorrer contigo Señor.

En esta hora se insinúa la tentación de la fuga, 
el sentimiento de angustia y desolación, mientras la carcoma de la duda roe la mente y el telón de la oscuridad cae sobre el alma.

Y tú, Señor, que lees en el libro abierto de nuestro frágil corazón, vuelves a preguntarnos esta noche como un día a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67).

No, Señor, no podemos ni queremos irnos,
porque «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68), Tú solo eres «la palabra de la verdad» (cf. Ef 1,13) y tu cruz es la única «llave que nos abre a los secretos de la verdad y de la vida».

R/. Amén.


 

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte

Jesús calla; custodia en sí la verdad

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 18,37-40

Pilato le dijo: «¿Entonces, tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?». Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre ustedes que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?». Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido. Palabra del Señor

Pilato no encuentra en Jesús ningún motivo de condena, y tampoco encuentra en sí mismo la fuerza de oponerse a la condena. Su oído interior permanece sordo a la Palabra de Jesús y no comprende su testimonio de la verdad. «Escuchar la verdad es obedecerla y creer en ella». Es vivir libremente bajo su guía y darle el propio corazón. Pilato no es libre: está condicionado desde fuera, pero esa verdad que ha escuchado sigue resonando en su interior como un eco que llama a su puerta e inquieta.

DICE Madre Rosa: “Graba bien en la memoria y en el corazón, jamás una mentira, no se debe callar la verdad. La verdad pues se mantenga en tus labios y en tu corazón”. M. Rosa

Humilde Jesús, también nosotros nos dejamos condicionar por lo que está fuera. Ya no sabemos escuchar la voz sutil, exigente y liberadora, de nuestra conciencia que dentro llama e invita amorosamente, y predicar la verdad con nuestra vida…Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a encontrar en el «hombre escondido en el fondo de nuestro corazón» el rostro santo del Hijo que nos renueva en la semejanza divina.

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SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas

Jesús lleva la cruz, carga con el peso de la verdad

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,6-7. 16-17

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: « ¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios”. Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota). Palabra del Señor.

Pilato vacila, busca un pretexto para soltar a Jesús, pero cede a la voluntad que prevalece y alborota, que apela a la Ley y lanza insinuaciones. Una vez más se repite la historia del corazón herido del hombre: su mezquindad, su incapacidad para levantar la mirada fuera de sí mismo, para no dejarse engañar por las ilusiones del pequeño provecho personal y elevarse, impulsado por el vuelo libre de la bondad y la honestidad.

Dice Madre Rosa: “¿Cómo Amor mío, tus delicadas espaldas, podrán soportar el peso enorme de la cruz. Eterno Padre Mío para mí esta cruz, sola la debo cargar y no mi Bien. Oh mi Jesús, si pudiera aliviarte de aquel peso, qué no haría? M. Rosa

Humilde Jesús, en el transcurso cotidiano de la vida nuestro corazón mira hacia abajo, a su pequeño mundo, y, completamente embebido en la búsqueda del propio bienestar, permanece ciego ante la mano del pobre y del indefenso que mendiga nuestra escucha y pide auxilio. A lo sumo se conmueve, pero no se mueve.

Ven, Espíritu de la Verdad, abraza nuestro corazón y atráelo hacia ti. «Conserva sano su paladar interior,
para que pueda gustar y beber la sabiduría, la justicia, la verdad, la eternidad».

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TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

Jesús cae, pero..., manso y humilde, se levanta

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Mateo 11,28-30

«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Palabra del Señor.

En la primera caída, Jesús nos hace una invitación, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela. Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cómo se ha injertado en ella el poder divino. Desde la cátedra de su caída, Jesús nos imparte sobre todo la gran lección de la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección». El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no sólo, sino contigo».

Dice Madre Rosa: “Amor mío, grande es tu padecer. Le rogaba que me diera su dolor y Él quedara aliviado. Oh mi Bien que sufrimiento, no poder hacer nada para confortarte en tu dolor” M. Rosa

Humilde Jesús, nuestras caídas, entretejidas de fragilidad y pecado, hieren el orgullo de nuestro corazón,
lo cierran a la gracia de la humildad e interrumpen nuestro camino hacia ti.

Ven, Espíritu de la Verdad, líbranos de toda manifestación de autosuficiencia y concédenos reconocer en cada caída un peldaño de la escalera para subir hacia ti.

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CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre

Junto a la cruz de Jesús la madre «está»:
ésta es su oración y su maternidad

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Palabra del Señor

En la oración auténtica, el encuentro personal con Jesús nos hace madre y discípulo amado, genera vida y trasmite amor. Dilata el espacio interior de la acogida y entreteje lazos místicos de comunión, confiándonos el uno al otro y abriendo el  al nosotros de la Iglesia.

Dice Madre Rosa: “Oh Madre mía, un cuchillo te traspasa el alma al ver a tu Hijo así reducido; dolor cruel el que vives. El hijo caía y la Madre sufría”

Humilde Jesús, cuando las adversidades y las injusticias de la vida, el dolor causado por esta pandemia y la violencia cruel nos hacen imprecar contra ti, tú nos invitas a estar, como tu Madre, a los pies de la cruz.

Ven, Espíritu de la Verdad, sé tú el «clamor de nuestro corazón», que, incesante e inefable, está confiadamente en la presencia de Dios.

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QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz 

Jesús aprende la obediencia del amor
a lo largo del camino de la pasión

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas 23,26

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Palabra del Señor.

Simón es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo determinado, obligado de algún modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simón de Cirene es cada uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jesús, como un día hemos recibido y acogido su signo en el santo bautismo. La vida del discípulo de Jesús es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez más marcado por la libertad del amor.

Dice Madre Rosa: “A Jesús le agradan los valientes, Él se complace en poner sobre sus espaldas partecitas de su pasión, por lo tanto, ánimo en el camino del Señor y confiemos totalmente en Él” M. Rosa

Humilde Jesús, cuando la vida nos propone un cáliz amargo y difícil de beber, nuestra naturaleza se cierra, recalcitrante, no osa dejarse atraer por la locura de ese amor más grande que convierte la renuncia en alegría,  la obediencia en libertad, el sacrificio en grandeza del corazón.

Ven, Espíritu de la Verdad, haznos obedientes a la visita de la cruz, dóciles a su signo que nos abraza totalmente: «cuerpo y alma, mente y voluntad, inteligencia y sentimientos, lo que hacemos y dejamos de hacer», y que agranda todo a la medida del amor.

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SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Jesús no mira la apariencia. Jesús mira el corazón

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4,6

Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Palabra de Dios.

A lo largo del Camino de la Cruz, la piedad popular señala el gesto de una mujer, denso de veneración y delicadeza, casi un rastro del perfume de Betania: Verónica enjuga el rostro de Jesús. En ese rostro, desfigurado por el dolor, Verónica reconoce el rostro transfigurado por la gloria; en el semblante del Siervo sufriente, ella ve al más bello de los hombres. Ésta es la mirada que provoca el gesto gratuito de la ternura y recibe la recompensa de la impronta del Santo Rostro. Verónica nos enseña el secreto de su mirada de mujer, «que mueve al encuentro y ofrece ayuda: ¡ver con el corazón!». 

Dice Madre Rosa: “Mil muertes mi Dios, quítame la vida mi Bien pero no me abandones, déjame quedarme a tus santísimos pies mientras se acerca tu hora” M. Rosa

Ven, Espíritu de la Verdad, derrama en nuestros ojos «el colirio de la fe» para que no se dejen atraer 
por la apariencia de las cosas visibles, sino que aprendan el encanto de las invisibles.

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SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez

Jesús no mostró poder,
sino que enseñó paciencia

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2,21b-24

Cristo padeció por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo, no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fueron curados.

Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Sobre el madero de nuestra salvación, no sólo pesa la enfermedad del covid19, sino también las adversidades de este tiempo. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra la Iglesia de ayer y de hoy, de esa persecución que mata a los cristianos en el nombre de un dios extraño al amor, y de aquella que ataca la dignidad con «labios embusteros y lengua fanfarrona» (Sal 11,4). Jesús ha llevado sigue llevando el peso de tantos que han caído víctimas de esta pandemia.

Madre Rosa dice: “hoy veía a mi Bien desfallecido y todavía con una infinidad de padecimientos por soportar. Eterno padre dame esa cruz, yo debo llevar el peso y no mi Bien”. M. Rosa

Humilde Jesús, en las injusticias y adversidades de esta vida nosotros no resistimos con paciencia. 
Frecuentemente pedimos, como signo de tu potencia, que nos libres del peso del madero de nuestra cruz.

Ven, Espíritu de la Verdad, enséñanos a caminar según el ejemplo de Cristo para «cumplir sus grandes preceptos de paciencia con la preparación del corazón».

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OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él

Jesús nos mira y suscita el llanto de la conversión

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.                                                                                                             R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas 23,27-31

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos, porque miren que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caigan sobre nosotros", y a las colinas: "Cúbrannos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»

Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado sobre Jerusalén (cf. Lc 19,41), educa ahora el llanto de las mujeres las invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado, pobre, del enfermo y de los que lloran la muerte de los que nos dejaron en esta pandemia.

Dice Madre Rosa: “Echada a sus pies, le rogaba que me permitiese bañarle con mis lágrima, le pedia que aceptase mi dolor y mis lágrimas. Mi Bien perdóname y dame tu amor”. M. Rosa.

Humilde Jesús, en tu cuerpo sufriente y maltratado, denigrado y escarnecido, no sabemos reconocer las heridas de nuestra infidelidad y de nuestras ambiciones, de nuestras traiciones y de nuestras rebeliones.
Son heridas que gimen e invocan el bálsamo de nuestra conversión, mientras nosotros hoy ya no sabemos llorar por nuestros pecados.

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NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

Jesús, con su debilidad, fortalece nuestra fragilidad

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas 22,28-30a. 31-32

«Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para ustedes el reino como me lo preparó mi Padre, de forma que coman y beban a mi mesa en mi reino… Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado para zarandearlos como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Palabra del Señor

Con su tercera caída, Jesús confiesa el amor con el que ha abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva la llamada a seguirle hasta el final, en fidelidad. Pero nos concede también echar una mirada más allá del velo de la promesa: «Si perseveramos, también reinaremos con él» (2 Tim 2,12). Ahora, caído en tierra por tercera vez, mientras «com-padece nuestras debilidades» (Heb 4,15), nos indica la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: «Permanecer en él» (cf. Jn 15,7).

Dice Madre Rosa: “Mi bien ha vuelto caer, y que dolor experimento al verlo así reducido por mis pecados. Amor mío, a mi esta cruz y Tú reposa en este tu corazón. M. Rosa” 

Humilde Jesús, ante las pruebas que criban nuestra fe nos sentimos desolados: no nos acabamos de creer que nuestras pruebas hayan sido ya las tuyas, y que tú nos invitas simplemente a vivirlas contigo.

¡Ven, Espíritu de la Verdad, en las caídas que marcan nuestro camino! Enséñanos a apoyarnos en la fidelidad de Jesús, a creer en su oración por nosotros, para acoger esa corriente de fuerza que sólo él, el Dios con nosotros, puede darnos.

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DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
 
Jesús queda desnudo
para revestirnos con la vestidura de hijos

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,23-24

Los soldados cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Palabra del Señor

Jesús queda desnudo. Devuelve a la desnudez inocente de los orígenes y a la vergüenza de la caída (cf. Gén 2,25; 3,7). En la inocencia original, la desnudez era la vestidura de la gloria del hombre: su amistad trasparente y hermosa con Dios. Con la caída, la armonía de esa relación se rompe, la desnudez sufre vergüenza y lleva consigo el recuerdo dramático de aquella pérdida. La desnudez significa la verdad del ser. Jesús, despojado de sus vestiduras, tejió en la cruz el hábito nuevo de la dignidad filial del hombre. Esa túnica sin costuras queda allí, íntegra para nosotros; la vestidura de su filiación divina no se ha rasgado, sino que, desde lo alto de la cruz, se nos ha dado.

Dice madre Rosa: “¡Oh mis pecados! iba repitiendo. Mi Bien: cubre mi desnudez, le decía. Y El me cubrió con su gracia, y de gentil criatura revistió”. M. Rosa.

Humilde Jesús, delante de tu desnudez descubrimos lo esencial de nuestra vida y de nuestra alegría: ser en ti hijos del Padre. Pero confesamos también la resistencia a abrazar la pobreza como dependencia del Padre, a acoger la desnudez como hábito filial.

Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a reconocer y a bendecir en cada expolio que sufrimos una cita con la verdad de nuestro ser, un encuentro con la desnudez redentora del Salvador, un trampolín que nos lanza hacia el abrazo filial con el Padre.

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UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

Jesús, elevado sobre la tierra,
atrae a todos hacia sí

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,18-22

Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El Rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos"». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está». Palabra del Señor.

Jesús crucificado está en el centro; la inscripción regia, alta sobre la cruz, abre las profundidades del misterio: Jesús es el rey y la cruz es su trono. La realeza de Jesús, escrita en tres lenguas, es un mensaje universal: para el sencillo y el sabio, para el pobre y el poderoso, para quien se acoge a la Ley divina y para quien confía en el poder político. La imagen del crucificado, que ninguna sentencia humana podrá remover nunca de las paredes de nuestro corazón, será para siempre la palabra regia de la Verdad: «Luz crucificada que ilumina a los ciegos», «tesoro cubierto que sólo la oración puede abrir», corazón del mundo. Jesús no reina dominando, con un poder de este mundo, él «no tiene ninguna legión».  Jesús reina atrayendo (cf. Jn 12,32): su imán es el amor del Padre que en él se da por nosotros «hasta el extremo». «Nada se libra de su calor» (Sal 18,7).

Dice Madre Rosa: “Mi Bien crucificado, grande es tu sufrir, ¿cómo reparar tanto dolor? Para mí estas penas Dios mío, dame tu fuerza y después contigo quedar crucificada”. M. Rosa.

Señor Jesús, crucificado por nosotros.  Tú eres la confesión del gran amor del Padre por la humanidad, el icono de la única verdad creíble. Atráenos hacia ti, para que aprendamos a vivir «por amor de tu amor».

Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a elegir siempre a «Dios y su voluntad frente a los intereses del mundo y sus poderes, para descubrir, en la impotencia externa del Crucificado, la potencia siempre nueva de la verdad».

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DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz 

Jesús vive su muerte como un don de amor

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,28-30

Sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Palabra del Señor. (Se hace breve silencio)

«Tengo sed». «Está cumplido». En estas dos palabras, Jesús nos muestra, con una mirada hacia la humanidad y otra hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misión: el amor al hombre y la obediencia al Padre. Un amor horizontal y un amor vertical: ¡he aquí el diseño de la cruz! Y desde el punto de encuentro de ese doble amor, allí donde Jesús inclina la cabeza, mana el Espíritu Santo, primer fruto de su retorno al Padre. En este soplo vital del cumplimiento, vibra el recuerdo de la obra de la creación (cf. Gén 2,2.7) ahora redimida. Pero también la llamada a todos los que creen en él, a «completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo» (cf. Col 1,24). ¡Hasta que todo esté cumplido!

Dice Madre Rosa: “Mi Bien ha muerto, dolor grande el mío, me destroza el alma. Hinca mi Bien en mi pecho el estandarte de la cruz, así subir al calvario y merezca morir contigo crucificada”. M. Rosa.

¡Señor Jesús, muerto por nosotros! Tú pides para dar, mueres para entregar y, al mismo tiempo, nos haces descubrir en el don de sí mismo el gesto que crea el espacio de la unidad. Perdona el vinagre de nuestro rechazo y de nuestra incredulidad, perdona la sordera de nuestro corazón a tu grito sediento que sigue subiendo desde el dolor de tantos hermanos.

Ven, Espíritu Santo, heredad del Hijo que muere por nosotros: sé tú el faro que nos guíe «hasta la verdad plena» (Jn 16,13) y «la raíz que nos conserve en la unidad».

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DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre 

El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,32-35.38

Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Palabra del Señor

La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo.

Dice Madre Rosa: “¡Oh madre mía! Qué cuchillo es éste, te traspasa el corazón. Vi a la madre dolorosa con el Hijo en brazos, y qué dolor experimente. Tu amor por el hombre ingrato te ha llevado a semejante dolor”. M. Rosa.

Señor Jesús, entregado a la madre, figura de la Iglesia-Madre. Ante el icono de la Piedad aprendemos la entrega al sí del amor, al abandono y la acogida, la confianza y la atención concreta, la ternura que sana la vida y suscita la alegría.

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DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

La tierra del silencio y de la espera custodia a Jesús,
semilla fecunda de vida nueva

V/.Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Juan 19,40-42

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Un jardín, símbolo de la vida con sus colores, acoge el misterio del hombre creado y redimido. En un jardín, Dios puso a su criatura (cf. Gén 2,8), y de allí la desterró tras la caída (cf. Gén 3,23). En un jardín comenzó la Pasión de Jesús (cf. Jn 18,1), y en un jardín un sepulcro nuevo acoge al nuevo Adán que vuelve a la tierra (cf. Jn 19,41), seno materno que custodia la semilla fecunda que muere. Es el tiempo de la fe que aguarda silenciosa, y de la esperanza que sabe percibir ya en la rama seca el despuntar de un pequeño brote, promesa de salvación y de alegría.  Es la hora de la voz de «Dios que habla en el gran silencio del corazón».

Dice Mare Rosa: “Qué dulce es morir de amor, muerte que dulce eres porque pronto veré a mi Bien. M. Rosa.

Todos: Padre nuestro; Ave María, Gloria.

Fijemos nuestra mirada en Jesús crucificado y pidamos en la oración:

Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el «hombre viejo», atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos «hombres nuevos», hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor. Tú que vives y Reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

Terminamos este vía Crucis En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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